Yo no anduve frecuentemente por los últimos arenales de este continente, no osé en entablar alguna relación con el céfiro caluroso de los días de semana, menos en el dos mil nueve cuando me dicen que los polos están por sucumbir; quizá en la vida de algún yo lo haría. Pero ese día fue especial y casi, con mucho propósito, premeditado.
Muy esporádicamente me doy cuenta de cuando dos días (seguidos o lejanos) son por mucho, y por tan poco, uno solo. Esto me ha ocurrido infinidad de veces, he reflexionado sobre ello, he escrito un estudio, pero sigue pareciéndome sorprendente a veces hasta extraño. Suelo ser muy calculadora cuando se trata de estas cosas y, peor aún, cuando se tiene tres amenazas inminentes (unas más que otras) quienes no se doblegarían al hacerse valer y respetar, aunque esto implique quebrantar un derecho poderoso: el placer. Esta es mi preocupación perenne, no califica como perenne y es algo sosa, pero al fin y al cabo tengo pocos años en mi haber lo que de no darme derecho a esta preocupación reduciría, al menos, la burla. Pero nada es gratis y de ser descubierta por una vivaz argentina de doce años, amante de los secretos, estaría codeándome con las prodigas del boulevard de Asia y alrededores.
En este ambiente veraniego de playa y sol me rindo acalorada a darle paso y bendiciones a mi yo libidinoso, morboso y ululante esperando se digne a contar parte de la experiencia que yo vengo dilatando desde hace un rato.
Las gotas de sudor caen sobre mi pecho ardiente, se deslizan y hierven. Sus manos recorren los ensanchamientos y mi entera fisionomía en un ambiente astral ya no cerca del sol, la arenita y el mar. Dejando el recato, hace mucho ya olvidado, vuelvo mi cuerpo sobre el suyo y comienzo a moverme de arriba a abajo. De pronto voy tornándome de otros colores y mi espíritu arranca con vehemencia los jirones de humanidad convirtiéndome en una gacela, siempre un tanto amaestrada. El ambiente astral va tomando el olor particular de estas sesiones amatorias y sugiere un desenfreno mayor, la practica de cómo dar vida. Cuando la gacela se ve cansada el macho la percibe y se vuelca a su lado. Cada uno va tomando figuras más humanas, van respirando.
Yo dialogo bastante en estas sesiones, sobre todo en los momentos de descanso cuando el yo animal se desmorona fatigado.
Cuando pasa pasó y encamina y da las bienaventuranzas al exento camino de días como este, cuando mi goce llega a su máxima expresión, cuando mi ser se eleva, cuando quisiera conocer mas estaciones ambientales y, definitivamente, cuando gotas saladas de un sentimiento amplio y calmador hacen de esta sensación orgásmica la opera prima de mi repertorio abrazador y amoroso.
Gracias gacela macho por las manos, las orejas y el cuello, pero, sobre todo, gracias por el rocío aromático que desprendes en mí en cada sesión y que se extiende en mi espacio arremetiendo contra el tiempo, detestable cuando se trata de esto, haciendo que mi ser quede elevado, no solo dicha tarde, sino todos los días.
martes, 31 de marzo de 2009
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1 comentario:
Gacela, salta.
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