domingo, 4 de enero de 2009

El sexo del cocodrilo verde

Si tomo, por la fuerza, Frecuencia latina o si pego una carta en todas las universidades, colegios, institutos, nidos, farmacias, bares, baños públicos, La Arequipa, Barranco, Santa Anita,…donde anuncie que Bayly va morir saldríamos con nuestros cuadernos de apuntes y contabilizaríamos cuantos pequeños agnósticos salen a las calles a orinar o cuantos otros van, sin mirar atrás, al hospital del niño. Pondríamos en práctica nuestros deseos de erradicación y de patadas y nos sentaríamos a esperar los resultados. Apuntaríamos en el cuaderno cuantos caen en combate y cuantos ya no escriben ni leen. Seguiríamos observando y haríamos una raya en el cuaderno separaríamos con esta a los que ya no se drogan (o se drogan más) de los que son bisexuales o ya no lo son. Seguiríamos carcajeándonos con la pelea y soltando lagrimas porque un estomago no puede con tanto contraste. Esto no acabaría, sería una orgía total y el placer que emanaría nos haría crepitar. De repente todo esto nos inspiraría y correríamos a las librerías (con carta en mano) y la pegaríamos hasta en la frente de la cajera. La inspiración seguiría y nos moveríamos como un aquelarre. Llegaríamos hasta un hospicio de ancianos de donde sacaríamos refuerzos. Les entregaríamos la carta y estarían armados y listos para lo que venga, pues los pequeños se han multiplicado y ya no orinan ni van al hospital ahora sacan un pañuelo y luchan.
¡Nos superaron! Ahora uno es dos y ya no podemos sentarnos y carcajearnos. Con nuestras últimas cartas correríamos y tomaríamos una imprenta, nos impedirían avanzar, pero los reduciríamos. Forjaríamos balas y armas y las llevaríamos hacia Quinuapata. Ya no seríamos cinco, sino quinientos. Llegaríamos y veríamos a nuestras fuerzas a punto de colapsar, pero con los ayacuchanos seriamos invencibles. Lanzaríamos nuestras balas de plata y en dos horas acabaríamos con todos. Luego dormiríamos.
De mañana un huanteño, un poco sabio, seguía inspirado. Nos propuso su idea y lo seguimos.
A las cinco de la tarde de un martes entramos en la casa de Jaime Bayly, lo atamos a la cama y le lanzamos una bala de plata. Creo que también fue violado, no lo sé, pues solo le pegue una carta en la frente y me fui.

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